lunes, 14 de mayo de 2018

“Me apeo del ‘hiperchurumbelismo’”

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Eva Millet, autora de 'Hiperniños', pide a los padres "que se relajen" y subraya que la educación "no es un maratón"


Una madre carga con la mochila de su hijo camino de la escuela.
Una madre carga con la mochila de su hijo camino de la escuela. CARLES RIBAS

Tengo sensación de cierto alivio. La experta me dice que con tres hijos y un oficio como el de periodismo difícilmente tengo tiempo de criar hijos perfectos o hiperniños. A la más pequeña le acabo de dar de merendar cruasán de chocolate y un helado, a la mayor le he dejado ver cuatro capítulos seguidos de una serie americana, y su padre pierde muchas horas de su vida llevando al mediano al fútbol en la otra punta de la ciudad. Todo eso me lo callo delante de la experta.
¿Qué es un hiperniño? Contesta Eva Millet, autora de Hiperniños (Plataforma Actual): “Es el producto de una crianza intensiva, de una absoluta dedicación de los padres al niño, pero una dedicación más enfocada a ver el hijo como un producto. Tienen de antemano un plan establecido para ese niño incluso antes de nacer. Es un modelo norteamericano. Este niño es el absoluto rey de la casa, el Luis XIV. Es el modelo altar, se le rinde culto, se le da todo, se le consulta todo pero, por otro lado, tiene una presión brutal para triunfar. Son niños hiperprotegidos, que gestionan mal la frustración, que se muestran muy poco autónomos. Es un fenómeno del primer mundo”.
¿Cuáles son los síntomas? “Cuando es incapaz de hacer algo que le tocaría hacer sin ayuda del adulto. El ejemplo son los deberes. Cada vez hay más niños que no saben hacer los deberes sin sus padres, y cada vez más padres que los hacen para subirles la nota. Otra característica son los miedos, y uno cada vez más común es el miedo a equivocarse, el miedo a fallar. También la ansiedad y el estrés, que son estados de los adultos, que cada vez se detectan más incluso en niños. Se ve un poco la crianza de los hijos como un campo de entrenamiento, porque cada vez hay que llevarlos a más sitios, son infancias muy estresadas”.
El último informe del Estudio del Plan Nacional sobre Drogas en España, detalla Millet, ha detectado que uno de cada seis adolescentes calmó sus tensiones ante un examen o una ruptura tomando ansiolíticos. Los tranquilizantes por primera vez superan al alcohol y al tabaco como droga de inicio.


Millet explica que los hiperpadres han entrado en la escuela y los colegios están apabullados. Padres que se meten en el AMPA para cambiar el menú, padres que montan grupos de WhatsApp para criticar al profesor… “Me cuentan profesores que encuentran niños que escuchan la palabra NO por primera vez en la escuela, que llegan con muy pocos límites, que no duermen, que se caen en el patio y se quedan inmóviles a la espera de que alguien los levante…”.
Pregunto a Clara Blanchar, compañera de EL PAÍS, impulsora (como yo) del blog De Mamas and de Papas y también madre: “La mera descripción del hiperniño estresa y angustia. Claro que queremos lo mejor para nuestros churumbeles, pero precisamente porque mis hijas (primer mundo, clase media) tienen de todo y fácilmente, considero importante poner en valor la capacidad de espabilarse y ser autónomas. Consultarles y tenerlas en cuenta, vale. Pero elegir… a veces sí; y otras, te comes la verdura porque es lo que hay. Y recordarles que son unas privilegiadas; que comparadas con otras realidades, esto es Disneylandia. Hace tiempo que me he apeado de esta infinita competición por ‘lo más’. Me cuesta, porque la presión (mía y ajena) es intensa y el sentimiento de culpabilidad por no hacer más acecha, pero intento relajarme, consciente de que juego en otra liga (en la que también hay buenas escuelas, extraescolares y campamentos). Y buscar espacios para que hagan lo que más mola de ser niño: jugar y jugar y jugar, si puede ser al aire libre y con primos y amigos, mejor”. Blanchar piensa en su amiga Mariluz: “Es la reina del mambo de apearse del hiperchurumbelismo. Ha pasado hasta del inglés (¡les ha borrao!) y el curso pasado, al ver el ritmo y el nivel de fiestas de cumple que llevaba su clase solo tres meses después de comenzar el curso, decidió bajarse del tren y llevarse a cuatro amigas a dormir a casa. Yo hace años que lo hago y triunfo”.
Cuesta creer que la generación que Millet llama del niño mueble sea ahora la que produzca hijos altar. No entiendo que aquellos niños que no tuvieron fiestas de cumpleaños en room escapes ni vacaciones de verano para ver tortugas en Costa Rica ahora se maten por buscar los campamentos más especializados o elijan la guardería que enseña mandarín. Por el camino, y eso es cierto, los padres y las madres han perdido autoridad. “Yo veo que es un fenómeno cada vez más extendido. La media de hijos es 1,3 por pareja, los tenemos más tarde y hemos pensado cómo van a ser, además las madres contamos con experiencia laboral. Una cosa de la hiperpaternidad es que el hijo se gestiona y tú importas herramientas del trabajo para educar; tenemos más recursos y además existe la competencia entre familias. Hay un terror a que tu hijo se crea que va detrás porque este modelo está basado en la precocidad. Al final ejercer de padre o de madre es un maratón. Un fenómeno muy curioso es hablar en plural: “hemos aprobado, hemos suspendido, nos hemos enamorado…”, explica Millet, que muestra una imagen que se repite: el niño que baja del bus y entrega a su madre/padre la mochila para que la cargue o el que persigue a su hijo bocadillo en mano por el parque para que lo mordisquee.
El alivio se transforma progresivamente en agobio conforme avanza la conversación. ¿Tan mal lo estamos haciendo? “Hay miedo a poner límites porque seremos unos fachas. Afecto y límites son los pilares de la educación. Lo que tenemos que hacer es relajarnos. Nos hemos complicado la vida de forma innecesaria. Hay que pensar que la educación es a largo plazo y que tú no eres enteramente responsable de lo que le va a pasar a tu hijo. Abogo por confiar en nosotros, pero también en los hijos”.
Fin de la conversación. Dos mensajes me quedan claros: no pienso llevarle la mochila a mis hijos nunca más y voy a poner límites. Aunque hoy vuelvo a equivocarme. La merienda vuelve a ser chocolate.
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