domingo, 17 de marzo de 2013

Laukkanen: “Si en Finlandia aplicamos los recortes en educación de España, sería una catástrofe”

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Laukkanen: “Si en Finlandia aplicamos los recortes en educación de España, sería una catástrofe”:
finlandia
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P.- ¿Cuáles son los factores que han convertido al sistema educativo finés en el más envidiado de Europa?
Hay una cosa muy importante. Y es que nuestros gobiernos, uno tras otro, han aceptado siempre el mismo objetivo en materia de educación. No ha sido como en otros países en los que un cambio de gobierno significa un cambio del sistema educativo. Cuando lo planteamos hubo un gran debate político y después análisis técnico por parte de los expertos. Se vio que era importante subir el nivel educativo de toda la población. Primero, porque Finlandia es un país pequeño, solo somos 5,4 millones de habitantes -más o menos como la población de la ciudad de Madrid- y, segundo, porque cuando empezamos a cambiar esto Finlandia era un país pobre que se basaba en la industria agropecuaria y en la madera. Por eso, pensamos que mejorar la calidad de la educación de los niños de primaria y de los maestros era imprescindible.
Otro aspecto importante es que exigimos mucho de nuestros chicos, de todos, de los mejores y de los peores. Buscamos el mismo objetivo: somos una pequeña nación que quiere subir el nivel educativo de todos ellos porque queremos sobrevivir en un mundo con gran nivel competitivo. Si nos comparamos con Corea del Sur, Japón, Shangay o Hong Kong podemos ver que ellos también salen muy bien parados. Pero en Finlandia hay una gran diferencia, el Estado se basa en la ley de la equidad en la que el Gobierno está para apoyar a los que menos recursos tengan. Buscamos el trato justo con el fin de mejorar sus destrezas y habilidades para llegar al nivel común de exigencia y que vuelvan a la corriente. Para aumentar nuestro bienestar necesitamos todos los cerebros de los jóvenes. Estos han sido los principales aspectos que nos han llevado hasta lo que somos hoy en día.

P.- ¿Cuánto tiene que pagar un padre para enviar a su hijo a un colegio público?
La educación en Finlandia es totalmente gratuita, desde preescolar hasta la Universidad. El comedor es gratuito en la mayor parte de los municipios y en algunos casos incluso tampoco tienen que pagar los libros de texto.

P.- ¿Qué peso tienen los centros educativos privados en el sistema finés?
No hay ninguna universidad privada, para empezar. En el nivel de Formación Profesional, tenemos algunos institutos, pero en total serán como mucho 15. En cuanto a la educación primaria, creo que la cifra anda en torno a las 90 escuelas privadas. Aunque éstos no son completamente privados, sino que son concertados por lo que la sociedad y el Estado aporta su parte a la educación de estos niños. Suelen ser escuelas con una pedagogía especial con respecto a la religión como las cristianas luteranas que inculcan sus principios religiosos en las aulas. No obstante, los programas escolares son los mismos en todos estos centros. Solo la manera de trabajar dentro del colegio es lo que puede ser diferente. Pero desde luego la diferencia no es tanta como la pueden llegar a tener en las escuelas públicas españolas.

P.- ¿Supone una gran inversión para los ciudadanos fineses sostener una educación pública de calidad?
En Finlandia las escuelas públicas se sostienen entre el Estado (que aporta el 57% de media) y los municipios (con el 43% restante). El Estado solo se ocupa al completo de la gestión de los centros de educación especial. Pero si hablamos de la inversión general, la educación solo supone un 12,2% del PIB (Producto Interior Bruto). Según mis datos España gasta un 10,8% de su PIB.
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P.-Antes ha mencionado que los profesores son una pieza angular para lograr una educación de calidad. ¿Qué se necesita para ser maestro en Finlandia?
Primero, tienen que presentarse a un examen con plazas limitadas. Después, la universidad selecciona a los mejores candidatos mediante una entrevista personal. Si uno quiere ser maestro de primaria tendrá que haber sido un gran estudiante de educación secundaria. Finalmente, solo un 10% de los que se presentan serán seleccionados. Queremos a los mejores profesores. En Finlandia es una profesión muy deseada y respetada por la sociedad. Cuando hablo con mis colegas de otros países dicen que lo que quieren ser los estudiantes es médico, abogado y si se les cierran las puertas puede que acaben en la enseñanza como mal menor. En otros países todos pueden convertirse en profesores y la selección se hace al cabo de un año. En cambio, aquí (por Finlandia) tenemos un numeros clausus, solo unos pocos podrán entrar.
Si se trata de un profesor especialista en una asignatura, tendrá que licenciarse en su especialidad y después estudiar la carrera de ciencias de la información. Aunque se pueden hacer en paralelo durante 5 años. Y por último, el máster. Con todo esto lo que queremos fomentar es una cultura de confianza, en la que la sociedad crea en los profesores y los profesores crean en los gobiernos. Cuando las autoridades creen en los docentes, todo va bien.
P.- Entonces, ¿Cree que aumentar el nivel de formación de los profesores incrementará a su vez la calidad de la enseñanza?
Sí, por supuesto. Es uno de los grandes pilares. Son varios aspectos interdependientes y si sacamos uno de los pilares básicos todo se derrumba. Uno de ellos -como ya hemos hablado- es cómo utilizamos el dinero, qué objetivos queremos que alcancen nuestros jóvenes estudiantes, la formación de los profesores y apoyar a aquellos que tienen dificultades. Por eso, cuando descubrimos que algo no va bien tenemos que actuar inmediatamente. Si no exigimos un alto nivel a nuestros estudiantes, todo se desmorona. Si nos preguntamos cómo mejorar el nivel de nuestros profesores, la formación continua es la respuesta. El gobierno se preocupa por ofrecer a los docentes una formación continua y los profesores finlandeses están muy motivados y se preocupan por mantener una actualización permanente. Además, es muy importante que los docentes comprendan cómo funcionan los métodos y técnicas de investigación para aplicar mejoras en la formación que ellos mismos imparten.
En cuanto a la equidad, empezamos con sistemas diferenciados en 1972: el superior y el bajo. Los estudiantes podían elegir cuál querían. Evidentemente, el más bajo no les dejaba avanzar más que a cierto estatus muy básico. Si hubiéramos continuado con ese sistema cuando comenzaron los rankings de PISA habría estudiantes que dominaríán las sumas de 2+2 y otros que comprenderían las funciones matemáticas. Y esa desigualdad no se podía permitir. En 1985 eliminamos estas categorías. La equidad parte de exigir a todos los chicos el mismo nivel.
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P.- Según la experiencia finesa, ¿Cree que la política de austeridad y recortes en las partidas destinadas a la educación que se están aplicando en España son las más adecuadas?
No quiero juzgar la política española, pero si aplicáramos esas medidas de recortes en Finlandia sería una catástrofe para la educación.
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sábado, 16 de marzo de 2013

'Una siesta de doce años' Carles Capdevila / Periodista.

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Educar debe de ser una cosa parecida a espabilar a los niños y frenar a los adolescentes. Justo lo contrario de lo que hacemos: no es extraño ver niños de cuatro años con cochecito y chupete hablando por el móvil, ni tampoco lo es ver algunos de catorce sin hora de volver a casa. Lo hemos llamado sobreprotección, pero es la desprotección más absoluta: el niño llega al insti sin haber ido a comprar una triste barra de pan, justo cuando un amigo ya se ha pasado a la coca. Sorprende que haya tanta literatura médica y psicopedagógica para afrontar el embarazo, el parto y el primer año de vida, y que exista un vacío que llega hasta los libros de socorro para padres de adolescentes, esos que lucen títulos tan sugerentes como Mi hijo me pega o Mi hijo se droga. Los niños de entre dos y doce años no tienen quien les escriba.

Desde que abandonan el pañal (¡ya era hora!) hasta que llegan las compresas (y que duren), desde que los desenganchas del chupete hasta que te hueles que se han enganchado al tabaco, los padres hacemos una cosa fantástica: descansamos. Reponemos fuerzas del estrés de haberlos parido y enseñado a andar y nos desentendemos hasta que toca irlos a buscar de madrugada a la disco. Ahora que al fin volvemos a poder dormir, y hasta que el miedo al accidente de moto nos vuelva a desvelar, hacemos una siesta educativa de diez o doce años.
Alguien se estremecerá pensando que este período es precisamente el momento clave para educarlos. Tranquilo, que por algo los llevamos a la escuela. Y si llegan inmaduros a primero de ESO que nadie sufra, allá los esperan los colegas de bachillerato que nos los sobreespabilarán en un curso y medio, máximo dos. Al modelo de padres que sobreprotege a los pequeños y abandona los adolescentes nadie los podrá acusar de haber fracasado educando a sus hijos. No lo han intentado siquiera. Los maestros hacen algo más que huelga o vacaciones, y la educación es bastante más que un problema. Pido perdón tres veces: por colocar en un título tres palabras tan cursis y pasadas de moda, por haberlo hecho para hablar de los maestros, y, sobre todo sobre todo, porque mi idea es -lo siento mucho- hablar bien de ellos. Sé que mi doble condición de padre y periodista me invita a criticarlos por hacer demasiadas vacaciones (como padre) y me sugiere que hable de temas importantes, como la ley de educación (es lo mínimo que se le pide a un periodista esta semana).

Pero estoy harto de que la palabra más utilizada junto a escuela sea ‘fracaso’ y delante de educación acostumbre a aparecer siempre el concepto ‘problema’, y que ‘maestro’ suela compartir titular con ‘huelga’.

La escuela hace algo más que fracasar, los maestros hacen algo más que hacer huelga (y vacaciones) y la educación es bastante más que un problema. De hecho es la única solución, pero esto nos lo tenemos muy callado, por si acaso. Mi proceso, íntimo y personal, ha sido el siguiente: empecé siendo padre, a partir de mis hijos aprendí a querer el hecho educativo, el trabajo de criarlos, de encarrilarlos, y, mira por donde, ahora aprecio a los maestros, mis cómplices. ¿Cómo no he de querer a una gente que se dedica a educar a mis hijos? Por esto me duele que se hable mal por sistema de mis queridos maestros, que no son todos los que cobran por hacerlo, claro está, sino los que son, los que suman a la profesión las tres palabras del título, los que mientras muchos padres se los imaginan en una playa de Hawái están encerrados en alguna escuela de verano, haciendo formación, buscando herramientas nuevas, métodos más adecuados.

Os deseo que aprovechéis estos días para rearmaros moralmente. Porque hace falta mucha moral para ser maestro. Moral en el sentido de los valores y moral para afrontar el día a día sin sentir el aprecio y la confianza imprescindibles. Ni los de la sociedad en general, ni los de los padres que os transferimos las criaturas pero no la autoridad. ¿Os imagináis un país que dejara su material más sensible, las criaturas, en sus años más importantes, de los cero a los dieciséis, y con la misión más decisiva, formarlos, en manos de unas personas en quienes no confía? Las leyes pasan, y las pizarras dejan de ensuciarnos los dedos de tiza para convertirse en digitales. Pero la fuerza y la influencia de un buen maestro siempre marcará la diferencia: el que es capaz de colgar la mochila de un desaliento justificado junto a las mochilas de los alumnos y, ya liberado de peso, asume de buen humor que no será recordado por lo que le toca enseñar, sino por lo que aprenderán de él.
 
Carles Capdevila / Periodista.
 

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