Podemos observar que en nuestra cultura el sufrimiento está considerado como normal y “necesario”, y que, cuando se dan problemas, dicho sufrimiento es mayor cuanta más cercanía familiar existe. Por eso si algunos padres o madres no se preocupan y sufren cuando los hijos viven algún tipo de dificultad, aunque sea pequeña, se puede llegar a pensar de ellos que no tienen sentimientos o que no quieren a sus hijos.
Como consecuencia de esa mentalidad, los hijos se pueden convertir en unos activadores continuos del sufrimiento de los padres y de las madres, dado que se presentan problemas de forma permanente. Por ejemplo: si no comen; si tienen alguna dolencia; cuando piensan que les puede pasar algo malo; si no tienen los resultados académicos que esperan; o cuando se comportan de manera inadecuada. También los padres pueden tener vivencia de culpa, por lo que han hecho con los hijos o por lo que podían haber hecho y no hicieron en su momento.
Vemos que en ocasiones el sufrimiento se activa con dificultades importantes, pero en otras con una simple palabra o con un gesto. Si nos preguntarnos: ¿en qué ayuda el sufrimiento a los padres para resolver las dificultades que muestran sus hijos?, la respuesta parece clara: en nada. Al contrario, ya que, además del dolor que soportan, pierden capacidad para solucionar dichas dificultades. Además, los hijos también captan los sentires de sus padres y suelen incorporarlos a su programa emocional.
Por tanto, si el sufrimiento no ayuda, lo que procede es empezar a dejarlo, para lo cual se requiere orientación y apoyo. Para comenzar pueden resultar útiles las siguientes consideraciones:
- Observar que se van presentado estados emocionales: miedo, culpa…, con los que uno sufre, y son tan habituales que los consideramos “normales”.
- Trabajar para incorporar la creencia de que el sufrimiento, aunque esté en nosotros, no nos corresponde.
- Partir de que, igual que dedicamos tiempo y energía a atender las necesidades físicas, se requiere también atender al campo emocional propio y el de los hijos e hijas.
- Transformar dichos sufrimientos en emociones que vayan en dirección opuesta a dicho sufrimiento. Por ejemplo, cambiar la culpa por vivirse inocente; el miedo por sentir entereza y seguridad interna; o el enfado por ver lo positivo y tener tolerancia.
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